Entre escopetazos, flechazos, desprendimiento y amputación de extremidades, sangre y pasiones derramadas, vagamente trataban de seguir respirando aquellos corazones que combatían entre la lluvia combinadas con las gotas de sangre, eran españoles y nativos cholutecas; los primeros usaban la magia de la pólvora y la asfixiante pesadez de los caballos para cortar aquí y allá desde dedos hasta cabezas. Los segundos usaban macanas con pedernales clavados y flechas, su única defensa era el escudo y su alma.
Después de batallar por largo tiempo, los españoles salieron victoriosos de aquella cuidad. Corría por su sangre adrenalina, tranquilidad y algo de miedo. A estas alturas de la odisea, traían consigo alianzas tlaxcaltecas, totonacas, mixtecas, zapotecas y otros pueblos más. Traían también un buen motín de oro, jades y tesoros naturales de aquella zona, pero además traían algo masa valioso, a doña Marina, Malitzin o Malinche, que era un regalo por parte de los totonacas para los trabajos de traducción junto con jerónimo de Aguilar.
Las alianzas antes mencionadas (debo agregar) fueron a base de engaños, de promesas, de teorías de salvación por parte de un solo dios, el cual tenia un hijo llamado Jesucristo, que resucito al tercer día y que dijo que los dioses de todos los demás, principalmente los de los nativos, eran manos y despiadados, que lo único que les traerían seria el pase directo al infierno. Obviamente los cholutecas quedaron a la merced de los españoles. No como esclavos, no como aliados, sino como guías para acceder a la gran cuidad.
Tenochtitlán.