Desobediencia, arrogancia y prepotencia fue lo que mostro Cortez al gobernador de Cuba Diego Velásquez al serle retirada la autorización de hacer una expedición del “nuevo mundo”, unas tierras vecinas al oeste de Cuba, descubiertas hace poco por Fernando Hernández de Córdoba.
Tras mostrar esa desobediencia, Cortez emprende su viaje con el fin de encontrar algo de valor, esclavos, tierras, oro, mujeres, etc.
Por fin, llega a tierra, una costa repleta de frutos exóticos y deliciosos. En su embarcación trae cerca de 300 soldados españoles, entre ellos, Bernal Díaz del Castillo.
Se cuenta que llegan a tierra el día 8 de noviembre de 1519, el año 1 caña para los tenochcas, año de una extraordinaria coincidencia.
Cortez, entusiasmado y sorprendido de la nueva tierra, funda la Villa Rica de la Vera Cruz, (lo que hoy se conoce como Veracruz), a fin de proclamar que esa tierra era solo de el y que si alguien interviene en esa decisión, se le desprendería la cabeza de un solo tajo hecho por la misma espada de Cortez.
Era un hombre blanco, barbado, de melena hasta un poco más debajo de las orejas, corpulento, un poco de baja estatura. Estaba hambriento de poder, de prestigio, de ira y de reconocimiento.
Comienzan a elaborar campamentos para expediciones posteriores; descansan, comen y duermen.
Una mañana, mientras levantan sus campamentos, se escuchan murmullos que no son parte de su lengua. Todos se hacen de armas, apuntando hacia el lado opuesto de la costa, hacia la obscura y fría selva. De entre los platanares se hacen ver un par de personas portando solo taparrabos. Se acercan lentamente hacia los barbados y tratan de decir con señas y con su propia lengua que “vienen en paz” “solo a observarlos”. Los españoles solo los observan, los observan.
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