miércoles, 27 de octubre de 2010

la conquista IV

El viento esta nervioso, al respirarlo se siente como recorre la garganta y congela todo a su paso. Este viento frio se encuentra en una ciudad, Tenochtitlán.
Al caminar por las calles se escuchan rumores nada agradables, nadie quiere hacerles caso, pero dentro de ellos saben que deben tomarles gran importancia.
Moctezuma camina de un lado a otro, cargando su hermoso penacho lleno de plumaje de quetzal y forjado con oro. Sus sacerdotes rezan, realizan los ritos correspondientes a los dioses, se rumora que Quetzalcóatl regreso, pero trae muerte y por esto se duda de la veracidad de los rumores, mejor, decidieron prepararse para la guerra, ya que después de un análisis de la profecía, se concluyo que no era el dios prometido. Era mejor pelear. Se hicieron los rituales correspondientes a Huitzilopochtli, para que los apoyara en la futura guerra. Hay algo aun mejor, pero es peligroso pedirle ayuda al más aguerrido de todos los dioses, al más despiadado, al más peligroso y posiblemente con el que ganarían la guerra, Tezcatlipoca.
Moctezuma murmura como preparando o analizando un discurso, cuidando cada una de sus palabras para que el pueblo del que esta a cargo  no tema y no haga caso de los rumores.
Días atrás, el mensajero fiel de Moctezuma había llegado trayendo en su boca malos augurios, anécdotas que había vivido en la costa del oriente. Ahora, Moctezuma lo había mandado de nuevo a aquellas tierras a traer buenas nuevas; eso esperaba el tlatoani.
 Mientras tanto, en la ciudad sagrada las madres barrían los “pórticos” de sus casas, los hombres y los hijos varones se dedicaban a la recolección de la cosecha de las chinampas, y las hijas a tejer. Era tanto el silencio que se respiraba que se escuchaba hasta la mas tenue de  las brisas del aliento divino de Quetzalcóatl.
A la puerta del templo mayor se encuentran un guerrero jaguar a la derecha, portando una cabeza del mismo animal sobre la suya y una macana con piedras de obsidiana atravesadas, y a la izquierda un guerrero águila, con las mismas características del otro, capaces de dar su vida sin temor por el gran tlatoani.
Moctezuma atraviesa la puerta del templo y todos en reverencia se agachan un momento y luego se vuelven a incorporar: -¡no teman, hermanos míos, aquí, en el ombligo de la luna, no penetrara mal, que no se enfermen y no se inunden de tristeza, en tanto que permanezca el mundo, no acabara la fama y la gloria de México-Tenochtitlán!-.
Al parecer, esas palabras alentaron al pueblo, al grado de tomar sus armas y querer guerra. Esas simples palabras, que aun permanecen en nuestro corazón.

1 comentario:

  1. Es una esplendida narración la que acabo de leer, sin enbargo no encuentro la critica a la conquista prometida, en una conversación que tuve con el autor de esta publicación. Aunque se reconoce claramente la capacidad descriptiva del escritor que comienza a surgir. Enhorabuena!!

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